DOS PESCADORES
Había una vez dos pescadores que salían del puerto muy temprano para pescar mar adentro con su pequeña barca. Cuando estaban en altamar, el más joven de los dos vio pasar un pez muy grande y lo quiso pescar.
Empezó a perseguir al pez y cuando estaba a punto de pescarlo, ya que le había lanzado la red, la barca empezó a zozobrar. Tuvo que abandonar la pesca, pues había llegado el momento de llegar a puerto y no había pescado nada. Logró, sin embargo, hacer una pequeña redada. El otro pescador, cuando vio el gran pez que había que tenido que abandonar su compañero, pensó: «será mejor que deje esa pesca, pues por lo pesada que me resultará mi barca empezará a zozobrar.»
Luego, echó las redes al agua y consigió varias redadas de pececillos pequeños que saltaban y se apretujaban los unos con los otros. Cuando llegó su hora se dirigió a puerto. Cuando ambos pescadores llegaron a la lonja para vender su pescado, el más joven había ganado muy poco dinero con aquella pobre redada. Sin embargo, el otro pescador pudo verder toda su carga, muy satisfecho, pues, de sí mismo por lo que había logrado.
Pudo, gracias a ello, comer en su casa durante todo el mes. A veces, en la vida, tenemos que dejar marchar al pez grande, sin lágrimas, sin tristeza. Sino con alegría, ya que hay una infinidad de peces pequeños que desean ser pescados por nosotros.
Esos pececillos pueden darnos grandes alegrías si les abrimos nuestras puertas. De modo que no te aflijas nunca por haber perdido a un "amigo", ya que un verdadero amigo siempre te encontrará.
Montserrat Sánchez.
Empezó a perseguir al pez y cuando estaba a punto de pescarlo, ya que le había lanzado la red, la barca empezó a zozobrar. Tuvo que abandonar la pesca, pues había llegado el momento de llegar a puerto y no había pescado nada. Logró, sin embargo, hacer una pequeña redada. El otro pescador, cuando vio el gran pez que había que tenido que abandonar su compañero, pensó: «será mejor que deje esa pesca, pues por lo pesada que me resultará mi barca empezará a zozobrar.»
Luego, echó las redes al agua y consigió varias redadas de pececillos pequeños que saltaban y se apretujaban los unos con los otros. Cuando llegó su hora se dirigió a puerto. Cuando ambos pescadores llegaron a la lonja para vender su pescado, el más joven había ganado muy poco dinero con aquella pobre redada. Sin embargo, el otro pescador pudo verder toda su carga, muy satisfecho, pues, de sí mismo por lo que había logrado.
Pudo, gracias a ello, comer en su casa durante todo el mes. A veces, en la vida, tenemos que dejar marchar al pez grande, sin lágrimas, sin tristeza. Sino con alegría, ya que hay una infinidad de peces pequeños que desean ser pescados por nosotros.
Esos pececillos pueden darnos grandes alegrías si les abrimos nuestras puertas. De modo que no te aflijas nunca por haber perdido a un "amigo", ya que un verdadero amigo siempre te encontrará.
Montserrat Sánchez.
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