Día grande en la Iglesia
Esto me lo envio mi amiga Diana y lo comparto.
Hace 24 años, el 24 de marzo de 1980, uno de los sacerdotes de la Iglesia Latinoamericana escribió una carta que dice “…su calurosa adhesión alienta considerablemente la fidelidad a nuestra misión de continuar siendo expresión de las esperanzas y angustias de los pobres, alegres de correr como Jesús los mismos riesgos por identificarnos con las causas de los desposeídos. A la luz de la fe, siéntame estrechamente unido en el afecto, la oración y el triunfo de la resurrección. Oscar A. Romero, Arzobispo”.
No alcanzó a firmarla. La encontraron en su maquina de escribir y estaba dirigida a Pedro Casaldaliga, Obispo en Brasil. El día antes, en su homilía, Mons. Romero había predicado diciendo “en nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día mas tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión”. Al día siguiente, la represión no ceso, sino que, en el seguimiento de Cristo, le asesinaron.
Su fe fue la raíz de toda su predicación y su sangre, abono para la Iglesia Latinoamericana. La gente vio en el, alguien que los amó, y eso hizo más fácil que la gente le creyera cuando predicaba, en medio de la pobreza y la persecución política, que Dios los amaba. Es su ejemplo el que nos anima. En una visita a El Salvador, en 1983, Juan Pablo II pidió que lo llevaran a su tumba, en la Catedral. Una vez allí, rezó ante su tumba diciendo “celoso pastor a quien el amor de Dios y el servicio a los hermanos condujeron hasta la entrega misma de la vida, de manera violenta, mientras celebraba el sacrificio del perdón y de la reconciliación”.
Mons. Romero, 26 años después de su pascua a la Vida Eterna, sigue vivo, en los que le rezan, los que piden su intercesión para que Dios les de animo y esperanza. Sigue vivo en los que toman la decisión de servir a los mas pobres y de la oración sacan fuerzas para el entusiasmo que te hace correr riesgos a veces imprevisibles. Vive de algún modo también en nosotros, los que escribimos de Dios, hablamos de Dios, y creemos en el seguimiento de Jesús, a veces a tientas, a veces con gozo.
Hoy es un Día grande para la Iglesia Católica, universal porque está al servicio de todos, los bautizados bajo nuestra fe y los que no nos creen. Como Romero, que no es de la Iglesia salvadoreña, si no del pueblo de Dios. Hoy celebramos que devolvimos a los brazos de Dios, la buena noticia que El envió a los pobres y perseguidos.
Gracias Señor por la vida de Romero.
Hace 24 años, el 24 de marzo de 1980, uno de los sacerdotes de la Iglesia Latinoamericana escribió una carta que dice “…su calurosa adhesión alienta considerablemente la fidelidad a nuestra misión de continuar siendo expresión de las esperanzas y angustias de los pobres, alegres de correr como Jesús los mismos riesgos por identificarnos con las causas de los desposeídos. A la luz de la fe, siéntame estrechamente unido en el afecto, la oración y el triunfo de la resurrección. Oscar A. Romero, Arzobispo”.
No alcanzó a firmarla. La encontraron en su maquina de escribir y estaba dirigida a Pedro Casaldaliga, Obispo en Brasil. El día antes, en su homilía, Mons. Romero había predicado diciendo “en nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día mas tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión”. Al día siguiente, la represión no ceso, sino que, en el seguimiento de Cristo, le asesinaron.
Su fe fue la raíz de toda su predicación y su sangre, abono para la Iglesia Latinoamericana. La gente vio en el, alguien que los amó, y eso hizo más fácil que la gente le creyera cuando predicaba, en medio de la pobreza y la persecución política, que Dios los amaba. Es su ejemplo el que nos anima. En una visita a El Salvador, en 1983, Juan Pablo II pidió que lo llevaran a su tumba, en la Catedral. Una vez allí, rezó ante su tumba diciendo “celoso pastor a quien el amor de Dios y el servicio a los hermanos condujeron hasta la entrega misma de la vida, de manera violenta, mientras celebraba el sacrificio del perdón y de la reconciliación”.
Mons. Romero, 26 años después de su pascua a la Vida Eterna, sigue vivo, en los que le rezan, los que piden su intercesión para que Dios les de animo y esperanza. Sigue vivo en los que toman la decisión de servir a los mas pobres y de la oración sacan fuerzas para el entusiasmo que te hace correr riesgos a veces imprevisibles. Vive de algún modo también en nosotros, los que escribimos de Dios, hablamos de Dios, y creemos en el seguimiento de Jesús, a veces a tientas, a veces con gozo.
Hoy es un Día grande para la Iglesia Católica, universal porque está al servicio de todos, los bautizados bajo nuestra fe y los que no nos creen. Como Romero, que no es de la Iglesia salvadoreña, si no del pueblo de Dios. Hoy celebramos que devolvimos a los brazos de Dios, la buena noticia que El envió a los pobres y perseguidos.
Gracias Señor por la vida de Romero.
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